EL APÓSTOL Y SUS 3 TUMBAS
Que sea la más visitada no significa que sea la única. De hecho, la cripta de la Catedral de Santiago no siempre ha sido sede de los restos mortales del Apóstol Santiago. Es más, estos han sufrido verdaderas odiseas a lo largo del tiempo hasta llegar al altar mayor de la basílica compostelana.
Todo comenzó en Palestina, cuando el rey Herodes Agripa I ordenó la muerte de Santiago el Mayor por predicar la fe cristiana. Antes de recibir sepultura, y según la tradición, dos de sus discípulos robaron el cuerpo para enterrarlo en las lejanas tierras de Gallaecia, allende el océano, lugar donde ellos mismos fueron enterrados tras su muerte. Y la tumba quedó olvidada durante siglos.
Hasta que el ermitaño Pelayo, allá por el año 823, vislumbró una serie de luces en el cielo apuntando una dirección que le condujo directamente hasta ella. Se dió aviso al rey Alfonso II y así el monarca inició la primera peregrinación de la historia. Tras confirmar el hallazgo ordenó construir la Catedral de Santiago y trasladar los restos de Santiago y sus discípulos hasta allí. La noticia se extendió rápidamente y la basílica se convirtió en meta de peregrinaciones. Pero no la aventura no había terminado.
En el año 1589 el cabildo de la Catedral decidió ocultar los restos del santo por temor a un ataque del corsario inglés Francis Drake. Permanecieron escondidos ni más ni menos que hasta el siglo XIX cuando el cardenal Payá se propuso localizar y verificar las reliquias del Apóstol. Tras arduos trabajos se localizaron unos restos en una pequeña capilla tras el altar mayor de la Catedral y se hizo llamar a unos expertos para demostrar su autenticidad. Finalmente el Papa León XIII dio por confirmada la legitimidad de dichos restos y declaró 1885 como Año Jubilar Extraordinario. Y es así como hemos llegado a nuestros días…
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